Reconocer la dificultad que implica la lectura también es difícil, sobre todo porque los libros son hoy el traje nuevo del emperador. Así, abunda el lugar común de insultar al contrincante de los comentarios en el periódico apelando a su deficiencia en la comprensión lectora. Y aunque todos los días surge una nueva iglesia, porque los cristianos no se ponen de acuerdo en cómo debe leerse la Biblia, damos por sentado que cualquier individuo con la educación básica completa debe ser capaz de sentarse enfrente de un montón de glifos y concatenarlos, además, en un sentido claro, que es objetivamente único.
Quienes tienen la valentía de admitir sus problemas con la lectura lo hacen sólo porque, con la inevitable democratización (incompleta) de las publicaciones que supone internet (una herramienta que para muchos sigue siendo un lujo), hoy es más o menos aceptable decir: “soy zafio, pero impertinente”. En un intento desesperado por distinguirse de esta población imprudentemente honesta, otro sector se ha convencido de que basta con escanear las líneas cual eficiente robot para identificar algunos verbos y obtener una idea general del texto. A esta forma de leer algunos la han llamado patrón en F.
Aunque el patrón en F parece relacionarse con la lectura en pantallas y medios digitales, así como con la prisa compulsiva de los usuarios, aventuro la hipótesis de que el flujo automático del texto en cajas irregulares alineadas en bandera izquierda tiene algo que ver también, porque el entusiasmo por la maleabilidad del texto en dispositivos de distintos tamaños ha obviado el cuidado que se tiene en los tirajes impresos para evitar distractores (como palabras idénticas al final o al principio de dos o más líneas), o para disponer un número cómodo de palabras por línea, sutilezas que, con o sin aval del eye tracker, facilitan la lectura.
No bastaba con ahorrarnos el tiraje: al minimizar los costos de la producción editorial quitando de en medio al corrector y al diagramador, con una fe absoluta en la agilidad tecnológica, le hemos dado un puntapié al lector, quien, por no sufrir, se apega a la recomendación popular sobre lo que hay que hacer ante el mal paso. Luego sale el mismo lector con el cuento de que todos dominan la competencia de la comprensión lectora, excepto los tontos. Y tal rumor continúa extendiéndose, con la proliferación de estrategas en mercadeo que recomiendan escribir textos cada vez más cortos y simples, como sin chiste, para no cansar a nadie.
Les doy la razón y trato de seguirlos tomando en cuenta las características de este blog, porque es necesario darle al lector, quien nos ofrece su tiempo y su esfuerzo, todas las facilidades: hay que cortar primero por donde es posible hacerlo. Sacrifiquemos la lectura profunda mientras no sepamos resolver los retos que el editor tradicionalmente enfrentaba en las publicaciones impresas. Será comprensible que no se preocupe por ello quien paga el precio de saltarse los filtros publicando gratis sus aventuras con un simple clic, pero sí tienen la responsabilidad de preocuparse por el lector las corporaciones que viven de los contenidos escritos, como los periódicos o las editoriales. Quizá por la falta de preocupación editorial los conspiranoicos nos pisan los talones.
Así las cosas, vale la pena decir que la lectura no es una torre del Jenga a punto de derrumbarse sólo porque las pantallas han llegado a sustituir al impráctico papel. Ya nadie hará la guerra contra las máquinas gritando que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni siquiera yo, pues también leo en efes, pero eso no quiere decir que todas las prácticas de la producción editorial han caído en el plano de lo obsoleto. Aunque los medios han cambiado, las dificultades de la lectura no, ni los lectores, ni el sistema de escritura. Y no podemos conformarnos con las bondades del EPUB3, como si al hablar de publicación sólo se incluyeran los libros, ni desaprovechar las ventajas tecnológicas conformándonos con el PDF. Vayamos, pues, con los dispositivos, a la actualización continua de las publicaciones.
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