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Renato Leduc tiene un poema cuya musicalización perdí en un casete que tiró mi madre a la basura. Era el estéreo el dañado, no los casetes, y por eso aún le recuerdo el inocente crimen algunas veces a mi mamá. Me ha resultado imposible conseguir la grabación porque no sé ni quién era el musicalizador. El poema dice:


Ya se están muriendo todos ¡Jesús qué desilusión…! se está volviendo gobierno ¡Ay Dios…! La revolución.


Y esa estrofa contiene una advertencia que habría que tomar en cuenta, porque no sólo sintetiza el destino político de México durante un siglo, sino que es abarcadora de toda corriente que pretenda oponerse, cambiar, salir de la reiteración y la recursividad: las revoluciones se institucionalizan. Y no es que la institucionalización sea necesariamente malévola, el problema es que tiende a agotarse, a sucumbir a sus propias contradicciones y fallas, que son a fin de cuentas simplificaciones. En la renovación de las instituciones agotadas, como la industria editorial, hay siempre una oportunidad. Aunque esa renovación vaya a hacerse vieja también y a agotarse como una pila conceptual en el futuro. Porque la realidad es más grande. Y porque la entropía manda.


Como matrimonio borimex y editorial, desde que llegamos a Puerto Rico a finales del año antepasado nos hemos encontrado con libros que hablan de la repetición, de probables estrategias para salir de ella, de consecuencias.


1) De la Queda(era) cuestiona cómo es posible renovar el lenguaje político (y artístico y cotidiano y cualquiera) expresando todo siempre en términos de arroz y habichuelas. Invita a la conversación entre distintas burbujas cerradas, protegidas por la confirmación constante de las mismas ideas entre los miembros de siempre, para que del contraste y la visión diversa se haga justicia a la interpretación de una realidad compleja. Esta conversación es un paso hacia la democracia. De la Queda(era) puso en jaque los valores que desde la enseñanza de las matemáticas se me inculcaron respecto a lo que vale la pena considerar un ejercicio intelectual: volver complejo, en lugar de simplificar, lleva a la riqueza, a la variedad, a la grandeza del mundo. Simplificar, como se hace con una ecuación, lleva al aislamiento, a la eterna tautología. Se simplifica a propósito en busca de la confirmación. De la Queda(era) analiza punto por punto los mecanismos mentales que podrían fortalecer esa reiteración, institucionalizada, que quizá es producto del Estado Libre Asociado. Por ejemplo, la inversión de energías para un fin que mantiene en espera por la fructificación. En fin, lo que yo anoto aquí y sigo pensando y evaluando es muy poco en comparación con lo que Juan Carlos Quintero Herencia pone sobre la mesa para pensarlo con cuidado.


2) Loop es un poema que rescata la propia escritura del tiempo y analiza las posibilidades creativas de la repetición, las mutaciones inevitables que dan lugar a la novedad. En loop, además, la muerte ronda lo repetitivo, lo acecha, lo mantiene en amenaza. Quien lea loop se extrañará al principio con un sumergimiento repentino en una lírica natural como quien se sorprende de lo fría que está el agua en un lago, pero pronto comenzará a hacer reconocimientos, a familiarizarse con figuras de su propio entorno que sólo están puestas de lado. Le pregunté al autor si escribía pensando en esto y me respondió que él recurre a lo intuitivo. Por eso me pidió no hacer ningún cambio: las comas, la ausencia de los acentos son significativas, así como sus variaciones.


3) Los Laberintos Laberintos de Ciudad Ghótika, obra teatral que estamos por lanzar, apunta en la misma dirección. El éxito en el mercado exige la repetición, pues no hay otra manera de hacer predicciones. Al público le gustó esto y esto le vamos a seguir dando. La locura se manifiesta en este entorno purgativo, casi infernal, de repeticiones forzadas que suceden no sólo en las producciones comerciales, sino también en las que ocurren entre la élite institucionalizada. Canales va más allá: los personajes intentan revelarse y fracasan para finalmente volver a su rutina de representaciones. Les es imposible escapar de la institución que es una obra de teatro.


Por supuesto, ésta es mi lectura como editor quizá obsesionado con sus propias repeticiones producidas a partir de los monstruos arrojados en México por la Revolución mexicana. Pero en mi defensa puedo decir que mi tropiezo con ese letimotiv es consistente.


Recuerdo ahora una sentencia de una clase de etnomusicología: el arte terminará de configurarse en el tiempo. El maestro decía que en el futuro se escuchará música clásica no tonal, cercana al noise (Roberto Net y Helecho Experimentar, artista argentina de quien quizá también editaremos un poemario, incursionan en ello) como ahora escuchamos a Mozart. Pero ¿y si no? ¿Y si, como las vanguardias, la experimentación que conocemos se ha institucionalizado? Quizá por eso los intelectuales se han volcado al análisis de la épica popular que son los superhéroes, de la lírica popular que es Shakira, para buscar la complejidad en donde supuestamente no la hay con la intuición de que ella nos ayudará a escapar de las repeticiones.


Otra cosa que aprendimos de Juan Carlos Quintero es que hay que tener paciencia (que no es lo mismo que esperar), pues hay que valorar el pensamiento (no la espera) como un acto. Seguiremos pensando mientras editamos, para editar.


Empecé con la Revolución mexicana a hablar de un asunto mundial que observan los autores puertorriqueños, y termino con la Revolución mexicana: Ricardo Flores Magón, anarquista, luchó en los diarios de Regeneración hasta que perdió la vida en una cárcel gringa para que no se entendiera la Revolución como una lucha que buscaba cambiar un gobierno por otro gobierno. Con el diagnóstico de que los farsantes y los estafadores prometían el cambio para después del triunfo, había que salir y arar la tierra con un fusil al hombro sin pedirle permiso a nadie. Pedir permiso era reconocer autoridad. La profundidad de la Revolución mexicana se manifiesta en la lucha de este concepto con aquel que se conformaba con el reconocimiento de una nueva autoridad. Por eso la Revolución mexicana es un fracaso histórico (y recuerde usted que tenemos pendiente el reto de Juan Carlos Quintero de escribir una historia sobre el errar puertorriqueño).


Así pues, para hacer arte, usted no le pida permiso a nadie. Esperar concesiones y aprobaciones equivale a reconocer a las mismas autoridades que van a decirle a usted que su arte no es arte, porque no cualquiera hace arte. Sólo la autoridad.

Hace ya algunos años me sorprendió la anécdota según la cual un grupo de investigadores dedicado a la lírica popular mató la transmisión oral cuando grabó un disco en cierto pueblo con algunas canciones de cuyas transformaciones en el tiempo había testimonio escrito. Al volver veinte años después, habían cesado las modificaciones, porque el disco grabado se había vuelto la norma.


Desde mi perspectiva, ese suceso nos permite plantear dos hipótesis: primero, los medios modernos tienen una función normativa cuyas consecuencias aún no comprendemos del todo en lo relativo a internet, y segundo, la lírica popular se ha masificado. Cualquier transformación es atribuible a un autor, que deja registro de ello en un medio (sobre repeticiones, medios y transformaciones creativas, ¡lean ustedes loop, de Roberto Net!, que allí hay una maravillosa propuesta).


No obstante lo anterior, y aunque en los estudios literarios no sorprende a nadie encontrar formas afines entre el romancero y el son o el corrido, por ejemplo (aunque ejemplos los hay infinitos, y para muestras busquen ustedes el trabajo de lufloro panadero en facebook), no sólo a partir de análisis sobre la métrica, sino también en transformaciones de caballos a guaguas o trocas para un desarrollo narrativo que se actualiza, persiste una visión separatista donde el autoproclamado dueño del criterio literario se adjudica el poder de decisión sobre lo que merece el reconocimiento y la etiqueta de calidad.


Así, en los tiempos de la lírica popular masificada, Shakira y sus asuntos son, por supuesto, asunto de la literatura, del análisis y el registro del discurso amoroso. Y la brevedad de la música moderna, adaptada a medios modernos como el TikTok, no resultará extraña para quien conozca el epigrama. ¿Que hay un mercado, una comercialización, un vulgar interés capitalista de vendimia? Sí, pero no son atributos mutuamente excluyentes.


El estudio y la apreciación del fenómeno literario son amplios. No se hacen para reunir una serie de criterios objetivos sobre lo que merece cinco estrellas o ninguna, sino que exploran alternativas de exposición que den cuenta de la riqueza en los registros de la escritura y del habla, manifiesten o no alguna preocupación humana. Es decir, sin inclinación ni disputa sobre el arte por el arte o el arte por la enseñanza, se persigue el arte.


Nos concierne a los editores porque nuestro trabajo es buscar el mejor producto posible. Y lograrlo no depende de una suerte de discriminación objetiva y técnica, sino de la apreciación del texto que tenemos ante nosotros. De ahí, y de las particularidades propias de una maqueta cuidada para asegurar su legibilidad, surge la materia que justifica que seamos beneficiarios del derecho de autor tanto como lo es el autor. El editor debe apegarse al texto como lo hace el crítico literario, y me refiero al crítico concentrado en la apreciación, en el nivel de lectura profundo, no el crítico dedicado a la discriminación, que también existe, y que comparte más características con el técnico del mercado que intenta posicionar un producto entre los consumidores.


Y atención, no es que no existan los maestros de la escritura, y no es que debamos revocar el uso culto de la lengua ni el normativo en favor de lo que dicten las masas (después de todo, las masas tenderán a dictar lo que nosotros publiquemos, y a los editores nos toca asegurarnos de la conciencia en el uso o el desuso de la norma). Es que dejarnos guiar por los criterios de la corriente que intenta emitir licencias de existencia tiene dos consecuencias: la renuncia a nuestro propio derecho creativo, que nace de la apreciación personal, subjetiva y fundada, y el reconocimiento de una propiedad cultural que se adjudica cierta élite.


Otra consecuencia que derivamos de las enseñanzas de Juan Carlos Quintero y De la queda(era) es que no se trata de rechazar lo común, sino de entender sus complejidades. Elevar lo aparentemente simple al rango complejo nos conduce a la novedad, nos saca de esta caja de resonancia que conforma nuestro purgatorio en un mundo de repeticiones. Y esa práctica importa en el ejercicio del pensamiento. ¡No somos autómatas ni ChatGPT puede proponer nada nuevo, por eso los creadores de la IA deben perder la demanda que hay en su contra! Crear es importante para el lector. No sólo porque su experiencia será mejor, sino también porque tendrá una vida más amena, menos cascarrabiosa.

¡La literatura es propiedad común! Sólo sus manifestaciones particulares pueden ser propiedad privada.


© LaCriba, 2024.

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