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Hoy es día del libro. No sabemos si bebernos una bien fría para celebrar. Celebraríamos quizá que la gente demuestra el esfuerzo de sostener a flote algo que parece hundirse. Eso significaría quizá que no debe hundirse, que sólo debe encontrar su acomodo adecuado en el entramado económico. ¡Ojalá podamos contribuir a ello!


No suelo entrar en este tipo de conmemoraciones, ni siquiera el día de las madres. Voy si me invitan, pero soy bien aguafiestas y necesito mucho esfuerzo para convencerme de las celebraciones o de cualquier cosa. Es que necesitar un pretexto para beber es disfrazar tu alcoholismo. Un día hace tiempo me felicitaron por el día del corrector. Dije gracias, cuando debí desahogarme: el corrector estaba en la parte más baja de la cadena alimenticia de todos, porque claro, todos saben escribir y nadie puede ser corregido. "Sé práctico", me decían a cada rato, como si exagerara, cuando en realidad si algo salía mal yo era la figura dispuesta a cargar con toda la responsabilidad. A un dólar la cuartilla. "No, jovenazo, mi trabajo no es preocuparme por la sensibilidad de las eminencias, mi trabajo es marcar, y si la eminencia quiere hacerse responsable por rechazar una de mis marcas, allí están las galeras para que lo haga, que yo no me hago responsable de no marcar." Ah, pagué mucho más por no atreverme a decirlo claramente, por no exigir el argumento que me parara en seco y me diera una enseñanza.


Hablar ayuda. Si uno no habla, la paranoia persiste. Hablando defendemos nuestros porcentajes. El otro día yo dije que 30% del valor de un libro para la librería es quizá demasiado para estos tiempos. Alguien se enojó y me dijo oye pero yo no subsisto si cobro menos. Y ¡tiene razón! Pero aparte de que no subsistes, tiene que ser notoria tu aportación. También puede que 40% o hasta 50% sean un valor justo, no porque no puedes pagar las cuentas, sino porque tu labor de difusión hace la diferencia y compensas en volumen de ventas para las demás partes. O cuando te interesa un título e inviertes en él desde antes, con lo cual demuestras tu confianza para hacerte responsable. Yo, como un editor dedicado quisiera ganar al menos como diez mil dólares al mes, por ejemplo. ¡Me lo merezco, así cubriría mis gastos! Pero ¿cómo lo justifico? Sólo la integración social y económica lo definirá.


El libro es un problema que necesita que hablemos todos. Ayer hablamos con Lizbeth Arroyo en Tazas y Portadas. Hizo varios planteamientos interesantes. Iremos buscando conversación entre todos quienes tienen algo que ver con esta industria. ¿Hay alguien dedicado a los libros a quien no le interese y que no tenga una idea global del problema? Siempre un placer conversar y seguir aprendiendo. Celebremos, pues, el día del libro hablando de los problemas del libro. Las bien frías te las puedes tomar cualquier día, incluso hablando sobre los problemas del libro.


Pronto estaremos en otras librerías, rescatando opiniones. Hablaremos con otras editoriales. Nos reuniremos para rescatar la experiencia de los escritores. ¡Ojalá que se haga en conjunto, para que nuestra interpretación no deforme las opiniones!

Soy Carlos Garduño, mexicano, editor, pero no director, de LaCriba Editorial, que es una empresa de dos personas. Nanette Maldonado, también de LaCriba, es puertorriqueña, y compañera mía laboral y de vida.


Me ha interesado la literatura desde hace mucho tiempo. Llegué a ella cuando se discutían los problemas que estaba padeciendo el mundo editorial, a principios de los dos mil. De las aspiraciones a la crítica literaria y a la misma escritura, salté a la edición, porque me obsesionaron los problemas del libro y sus posibles soluciones, que durante estas dos décadas sólo se han agravado. Problemas que con mucha probabilidad no son tan pronunciados en mercados grandes como el europeo o el estadunidense, pero que son muy notorios allí donde proporcionalmente hablando hay pocos lectores y muchos escritores. De hecho, todos los lectores escriben, aunque no todos quieran publicar.


Es difícil hablar de los problemas, porque se corre el riesgo de simplificar, de afectar a alguien que tiene todas las buenas intenciones y que mira el asunto desde una perspectiva que tú no conoces. Pero eso no significa que no tengamos un problema. Que debamos callar para que nadie salga herido. Por el contrario, hablar es la oportunidad para que cada quien defienda su posición, o para que los simplificadores tengan una perspectiva más amplia. No se habla para atacar, sino para ver el problema no sólo con dos ojos. Bueno, siempre que se hable para solucionar un problema. Los que estamos metidos en esto, ¿tendríamos que esperar a la academia?


Como editorial pequeña y como persona limitada, no pretendo tener el poder de convocatoria que inicie la discusión que sí necesitamos. Ni siquiera pretendo tener la solución. Pero sí manifiesto mi opinión para quien quiera conversar. El experimento del proyecto que mi esposa y yo estamos poniendo en marcha sí lo puedo ofrecer para los observadores. Aun si llega a fracasar, porque los fracasos dan lecciones. Nuestra inversión inicial fue de conocimiento. Obtuvimos ganancias y las invertimos en máquinas para imprimir. A partir de ese momento, comenzamos a financiar nuestras ediciones. Imprimir en nuestra oficina permite que nuestro margen de ganancia sea un poco mayor, aunque no suficiente. Por eso no hemos podido abandonar el negocio del servicio editorial, y por cada autor al que no le cobramos hay otro al que sí, o una editorial más grande que nos paga. Así, con otros trabajos seguimos subsidiando nuestros libros; esperamos alcanzar suficientes títulos, así como acuerdos, para tener un financiamiento sostenible que no dependa de cobrar por el servicio ni del subsidio.


Eso sí, no siendo puertorriqueño, puedo asegurar que la situación precaria del libro no es particular de Puerto Rico: se observa también en México, con todo y su Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, que se esfuerza todos los días en buscar soluciones de manera organizada.


Agradezco a Gnomo Literario por la valentía de iniciar un planteamiento difícil cuando, luego de 15 años de redes sociales, todos estamos cansados de la polémica, de la discusión inútil. Aquí discrepamos un poco y creemos que Bookmark es importante como todos los puntos de venta de libros, donde se da visibilidad a un producto complicado. Con todo y fallas que, creemos, son de origen sistémico.


Los autores luchan contra todo en estos tiempos. Si no tienen dinero ni tienen veinte mil seguidores, probablemente jamás lograrán posicionar un solo cuento, aunque sea el mejor cuento del mundo. En segundo lugar estamos los editores, que necesitamos prepararnos durante mucho tiempo para luego entrar en un negocio de baja demanda. En tercer lugar están los libreros, que deben pagar sueldos, alquileres y espacios; que deben mostrar toda la imaginación de que son capaces para hacer recomendaciones. Incluso los lectores padecen la sobreabundancia de títulos, costos que la situación general del mercado hace parecer altos (aunque no por ello injustos).


Las hipótesis que hoy puedo ofrecer son éstas:


  • los costos asociados con la producción, la distribución y la venta de un libro no son acordes con las leyes del mercado, que exigen precios menores que los necesarios para cubrirlo todo.

  • la maquinaria sistémica de producción, distribución y venta de un libro es adecuada para otro tiempo y otro margen de ganancia.

  • el libro impreso es un artículo tecnológico obsoleto del que, sin embargo, pretendo vivir y que amo.

  • los editores ofrecemos servicios editoriales por un precio que es justo para el trabajo que pasamos, pero que no es justo considerando la situación de este mercado.


Puedo estar loco. Quizá todos estos problemas estén en mi mente, necesitada continuamente de algo en qué ocuparse. Si estoy equivocado y no hay ningún problema, ¡avísenme!, porque puedo vivir mejor. Pero si no estoy equivocado, ¡discútanme! ¡Insúltenme siquiera! Hacer como si no pasara nada es beneficiar la inercia. Ojalá pudiéramos iniciar una conversación en la que nadie se sienta excluido en un acontecimiento no diseñado para vender libros o servicios, sino para plantear soluciones.


Yo tuve un gato que se llamaba don Alfonso. Porque sin don Alfonso Reyes, facilitador de todo, no habría Fondo de Cultura Económica, ni Colegio de México ni Octavio Paz. Si el nene Paz quería ir a India, don Alfonso le conseguía un puesto en el consulado. Si al nene Paz le picaba la nariz, don Alfonso le mandaba dos ministros para que se la sonaran. A don Alfonso lo odiaba Borges, porque Borges era mejor escritor y no estaba gordo (Borges dixit) como don Alfonso, pero don Alfonso siempre estaba rodeado de mujeres muertas de la risa e interesadas en la conversación. El papá de don Alfonso se llamaba Bernardo Reyes, y se murió ametrallado cuando inició el golpe de Estado que mató a Madero.


Probablemente sin don Alfonso tampoco habríamos tenido Rafael Bernal. Porque don Alfonso dijo que, si lo mexicano existía, no valía la pena que un mexicano se esforzara en escribir sobre lo mexicano: bastaba con que un mexicano escribiera sobre cualquier cosa para que lo mexicano saliera. Y si no salía nada, no pasaba nada. Y luego don Rafael Bernal escribió cuentos hermosos que nada tienen que ver con México. (Aunque El Complot Mongol es sobre un ruso, un gringo y un mexicano que entran en un bar para prevenir un atentado contra un presidente gringo que planea visitar México. Con barrio chino y guerrilleros cubanos y toda la cosa internacional.) Ese gato que se llamaba don Alfonso odiaba las caricias, pero amaba comer papa cocida.

© LaCriba, 2024.

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